Las ruinas del parque Camelot: cuando los sueños de entretenimiento se convierten en símbolo de abandono urbano
En el norte de Bogotá, donde alguna vez resonaron las risas de familias en busca de diversión, hoy se alzan las ruinas silenciosas del parque Camelot. Su historia es más que la crónica de un negocio fallido: es el reflejo de cómo la desigualdad territorial y la falta de inversión pública en espacios comunitarios marcan el destino de los proyectos de entretenimiento popular.
Un proyecto que nació con esperanza
Camelot abrió sus puertas en noviembre de 1998 en el centro comercial Outlet Bima, sobre la Autopista Norte. Era una época de optimismo: el parque prometía ser una alternativa accesible a Salitre Mágico y Mundo Aventura, ofreciendo montañas rusas, carros chocones y una rueda de la fortuna que se convirtió en escenario de telenovelas como Padres e hijos y Pedro, el Escamoso.
Para muchas familias de sectores populares, Camelot representaba la posibilidad de acceder a la diversión sin tener que desplazarse al centro de la ciudad. Era un espacio donde los niños del norte de Bogotá podían vivir la magia de los parques de atracciones.
La tragedia que cambió todo
Sin embargo, en enero de 1999, apenas dos meses después de su apertura, un accidente fatal marcó para siempre su destino. Jorge Moyano perdió la vida al caer de una de las montañas rusas. Este suceso no solo representó una pérdida humana irreparable, sino que evidenció las falencias en los controles de seguridad que afectan desproporcionadamente a los espacios de entretenimiento popular.
La montaña rusa fue clausurada definitivamente, pero el daño ya estaba hecho. La confianza del público se desplomó, y con ella, la viabilidad económica del proyecto. Es una historia que se repite en Colombia: cuando los espacios comunitarios no cuentan con el respaldo institucional adecuado, cualquier crisis se vuelve terminal.
El abandono como síntoma
Durante ocho años, Camelot luchó por mantenerse a flote, pero la combinación de deterioro estructural, pérdida de visitantes y falta de inversión en mejoras lo condenó al cierre definitivo en enero de 2007. Hoy, sus estructuras abandonadas, cubiertas de grafitis y vegetación, son un testimonio silencioso del abandono urbano.
Las ruinas de Camelot hablan de algo más profundo: la dificultad para sostener proyectos de entretenimiento popular en una ciudad donde la inversión se concentra en zonas privilegiadas. Mientras Salitre Mágico y Mundo Aventura continúan operando con éxito en sectores mejor conectados y con mayor flujo de visitantes, el norte de Bogotá perdió su espacio de diversión familiar.
Una reflexión sobre el derecho a la recreación
La historia de Camelot nos invita a reflexionar sobre el acceso equitativo a los espacios de recreación en nuestras ciudades. El entretenimiento no es un lujo, sino un derecho fundamental para el desarrollo integral de las comunidades, especialmente de la infancia.
Hoy, mientras Bogotá cuenta con varios parques activos como Salitre Mágico, Mundo Aventura y Multiparque, la distribución geográfica de estos espacios sigue siendo desigual. Las familias del norte deben desplazarse largas distancias para acceder a alternativas de entretenimiento, lo que profundiza las brechas territoriales.
Las ruinas de Camelot nos recuerdan que construir una ciudad más justa implica garantizar que todos los sectores tengan acceso a espacios de calidad para la recreación y el encuentro comunitario. Solo así podremos evitar que más sueños terminen convertidos en fantasmas del pasado.